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CON LA MUERTE EN LOS TALONES
-De estudio y disfrute obligado-
«Con la muerte en los talones» (North by Northwest, 1959), es una genial broma del maestro Hitchcock, pues se trata del «McGuffin» o pretexto más absurdo, para el film más inverosímil pero apasionante del orondo inglés. Cuando le citaban la escasa verosimilitud de su cine, él contestaba que su cine era ficción, la verosimilitud estaba en los documentales. La consideración de obra maestra, con la que estoy plenamente de acuerdo, de la que goza en la actualidad este film no proviene ni mucho menos, del momento de su estreno.
Le ha ocurrido a casi todas las grandes obras del cine, han ido creciendo a medida que nuevas generaciones las han descubierto. La reflexión sobre esta película y la obra de Hitchcock ha ido elevando la consideración de ambos, y aquellas obras que fueron calificadas por la crítica como poco más que entretenimientos ingeniosos, son hoy objeto de estudio en las escuelas de cine.
Asistimos a una parodia del cine de espías, con unos personajes perfectamente dibujados en una confabulación absurda pero brillante en su puesta en escena. Las líneas oblicuas y verticales que sobre fondo verde, “enrejan” los títulos de crédito antes de fundir sobre la fachada de un edificio comercial neoyorkino, dan ya la idea del movimiento continuo y laberíntico que va a presidir el film; los coches distorsionados al reflejarse en los cristales advierten que la percepción no va a ser directa, sino mediatizada por un personaje, Roger Thornhill (un extraordinario Cary Grant).
Después de estos dos avisos ideados por Saul Bass (genio del diseño gráfico), y potenciado por una obertura musical inquietante del maestro Bernard Herrmann, la película nos atrapa sin soltarnos en ningún momento. No falta el falso culpable y la falsedad de las apariencias, así como las conversaciones que desmienten las imágenes, como es habitual en el gran creador de formas y lenguaje visual que fue el director de «Rebeca«.
La película tiene un soberbio guión de Ernest Lehman y plantea una situación muy hitchcockiana: un equívoco de identidad; un ciudadano corriente que es extraído de su realidad cotidiana, la confusión se presenta rodeado por un artificio de comedia brillante. Roger Thornhill es confundido con un personaje inexistente, con una ficción del servicio del contraespionaje americano. Hitchcock, en esta ocasión, llevó hasta el extremo su desdén hacia lo verosímil, estructurando su ficción alrededor de una trama con giros inesperados dentro de una compleja broma.
El film está totalmente centrado en el personaje de Thornhill, pero el espectador conocerá las piezas del “puzzle” que éste desconoce; de este modo, el mecanismo de la identificación siempre buscado por el cineasta se complementa con el absurdo y se agiliza por el “suspense” que todo ello origina, de cuyas formas y métodos el film es un completo muestrario.
Esta película podría considerarse como el compendio de la etapa americana del maestro, como “39 escalones” sería de la etapa inglesa. Escenas inolvidables como la de la estación del tren, el encuentro en el tren con Eva Marie Saint, una rubia atrevida y fascinante (atrapada en un cierto código ético, de servicio a una cusa), la absurda pero ingeniosa subasta, la escalofriante escena de la avioneta fumigadora que ha pasado a los anales de la historia, el ritmo trepidante sin darte un respiro, los diálogos sibilinos con un final apoteósico en el monte Rushmore.
El malvado personaje de James Mason que está excelente, no olvidemos una de las premisas del cineasta: “Cuanto más conseguida esté la figura del villano, más lograda estará la película». En mi opinión una de las mejores obras de Hitchcock, en el momento más creativo de su carrera.
Texto extraído del grupo de Facebook, RESEÑAS CINÉFILAS https://www.facebook.com/groups/477752288611560 , publicando buena lectura para el mejor cine.
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