MOBY DICK (1956)

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MOBY DICK

-La gran blasfemia-

Revisar clásicos imperecederos como «Moby Dick«, es aprender sobre el buen cine que te forna como espectador. Es por ello que me ha parecido oportuno escribir una reseña que solo pretende animar al aficionado interesado en descubrir esta obra compleja e inquietante que profundiza en asuntos morales y filosóficos, más allá de ser un entretenido film de aventuras inolvidable de 1956. Una auténtica odisea existencial y metafísica a la hora de valorarla.

Si abordamos a Moby Dick, sólo como una película de aventuras, el espectador podría resultar decepcionado, porque el film, basado en la novela homónima de Herman Meville, obra cumbre de la literatura decimonónica, es infinitamente más que una historia de marineros cazando ballenas. Narrada en primera persona: “Mi nombre es Ismael…”, así comienza la aventura de un joven marinero que se embarca en el Pequod. La cámara reproduce la experiencia contada por un testigo privilegiado. Así pues, el ballenero surca los mares en un periplo cuya finalidad es la caza de una ballena. Nada más simple y a la vez lleno de un trasfondo moral.

John Huston, cineasta que retrató como nadie a los perdedores, no nos cuenta un film de aventuras convencional, en todo caso sería una aventura interior, un viaje hacia la locura que es, cuando el hombre se rebela contra Dios. Moby Dick es una revisitación del mito de Prometeo. Como el propio cineasta manifestó: “Moby Dick es una gran blasfemia, es la base de la novela y no puede obviarse de ninguna manera”. El capitán Ahab (un excelente Gregory Peck), es un ser corroído por el rencor que odia a Dios, y que ve en la ballena blanca la máscara pérfida del pretendido creador.

Ha comprendido la impostura de Dios al que considera un asesino, esa blasfemia nos sitúa en el plano moral existencialista que entronca con el espíritu de la novela. La historia está lastrada por la ira y el odio. Las cicatrices en el rostro y la pierna devorada de Ahad son las marcas exteriores de la deuda con Moby Dick, representa pues, la conciencia de los hombres enfrentados a la injusticia divina, los agraviados que pretenden asaltar los cielos movidos por la sed de venganza.

No hay duda que Moby Dick es la historia de una obsesión. La prestancia de Orson Welles, su atronadora presencia como predicador en un sermón sobre Jonás, además de significar una de las secuencias más logradas del film, advierte de los riesgos que corren aquellos que osen desafiar al Señor.

Hay una clara alusión a lo blanco, asociado a la inmortalidad, a la pureza, a lo sublime. Es la locura de un hombre que se enfrenta a un monstruo sagrado, que atenta contra las leyes divinas. Una película con una fuerza sacrílega enorme, con esa escena en que el capitán invita a la tripulación del Pequod a beber ese ron, todos ellos se conjuran para matar a Moby Dick en una especie de comunión obscena. Esa locura feroz y desatada que navega por las aguas procelosas del alma.

Huston y su guionista, el gran escritor Ray Bradbury lograron captar algo insólito, una aventura interior, una introspección en el mal y la soberbia del ser humano que se rebela contra Dios. El fatalismo está servido.

Texto por Antonio Morales. Cedido y extraído del grupo de Facebook, RESEÑAS CINÉFILAS  
https://www.facebook.com/groups/477752288611560 , publicando buena lectura para el mejor cine.


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Antonio Morales
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