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EL ESPÍA QUE SURGIÓ DEL FRÍO
-Nada que ver con James Bond-
EL ESPÍA QUE SURGIÓ DEL FRÍO …. Hay dos formas de abordar las películas de espías, con historias glamurosas en paisajes idílicos, donde el protagonista es un héroe intratable e inmune ante sus enemigos, a los que derrotará consiguiendo su objetivo, y otra de forma veraz y desencantada como es «El espía que surgió del frío» (The Spy Who Came In from the Cold) de 1965, disponible en varias plataformas, es el contrapunto a la saga de Bond que entonces estaba triunfando como cine de evasión. Aquí no vemos suites de ensueño ni chicas voluptuosas que acaban el día en la cama del espía, tampoco ágapes en fiestas pomposas tomando un martini con smoking y señoras en traje de noche.
Todo es realismo sórdido en «El espía que surgió del frío”, nos muestra el lado más sucio e indigno del oficio de espía, y el agente Alec Leamas (un magistral Richard Burton), se encarga de llevarlo a cabo. Martin Ritt, el director, consigue hacer patente, con ejemplar fluidez, el verdadero trasfondo de la historia: acatando, aparentemente, las órdenes que le transmite Control (Cyril Cusack).
Leamas está mostrándose tal como es realmente; es decir, como un escéptico que ahoga en alcohol su agonía moral. Leamas no tiene que esforzarse mucho para representar su papel para despistar a los soviéticos: el hombre que vagabundea de trabajo en trabajo cargado siempre con su media botella de whisky y que desprecia tanto al Este como al Oeste, ese es el auténtico Alec Leamas, cuyo rostro transmite amargura y frustración.
En este sentido, las secuencias por la biblioteca, por las tiendas, y por un Londres gris, húmedo y deprimente, son las mejores del film. Nunca como aquí había logrado Ritt retratar tan bien la sordidez y nunca lo volvería a superar. La frialdad del tono de Ritt se hace por una vez necesaria: consigue quemar como el hielo.
Cuando se centra en la trama de espionaje no hay lugar para el glamur, ni el exotismo en la vida del espía, sólo sutiles movimientos de ajedrecista realizados con precisión, triste realismo, pues acaban siendo retratados como autómatas fríos, inalterables, dotados de una repugnante inteligencia tras su aspecto de personas normales que carecen de vocación heroica.
Por si fuera poco, el personaje más humano es también el más patético del film, Nan Perry (Claire Bloom), una triste bibliotecaria con ideas comunistas que acaba siendo manipulada tanto por el hombre al que ama como por los propios compañeros del partido.
Le Carré nos muestra su notable falta de fe en el ser humano, no hay distinciones ideológicas, no hay maniqueísmos, sino que todos los implicados en estos tejemanejes políticos muestran la misma predisposición a poner sus objetivos por delante del resto de seres humanos, obviando las consecuencias de sus decisiones.
Excelente adaptación de la novela escrita en 1963 por John Le Carré (seudónimo de David Cornwell, antiguo agente secreto británico), paradigma literario en definir el mundo del espionaje, sin duda y en mi opinión la mejor película de espías jamás filmada. Buena parte de su logro debe recaer en la prodigiosa fotografía de Oswald Morris en blanco y negro, con una iluminación que marca los contrastes de la imagen, sobre un magnífico trabajo de montaje de Anthony Harvey.
No quiero olvidarme de citar a ese «Muro berlinés de la vergüenza«, protagonista del fim y omnipresente en tantas tragedias humanas de huida por la libertad, aunque otros pregonaban que era para «proteger» a los camaradas de los pecados del capitalismo.
Texto por Antonio Morales. Cedido y extraído del grupo de Facebook, RESEÑAS CINÉFILAS
https://www.facebook.com/groups/477752288611560 , publicando buena lectura para el mejor cine.
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