Vivien Leigh, Una Vida Con Trágico Final.
Vivien Leigh, La inolvidable Scarlet O´Hara, protagonizó una no siempre fácil historia de amor con el también actor Laurence Olivier y falleció a los 54
Aunque era británica, su inolvidable Scarlet O´Hara la hizo pasar a la Historia como la encarnación de la belleza trágica e impetuosa del sur de Estados Unidos, cualidades que también marcaron la vida real de Vivien Leigh, que ya habría cumplido cien años(nació 1913). Tan desafortunado como el destino de aquella heroína sureña fue el devenir de la actriz, varias veces sometida a tratamientos de electroshock por un trastorno de bipolaridad mal diagnosticado, y fallecida de tuberculosis con sólo 54 años, cuenta José Madrid en la biografía “Vivien Leigh, la tragedia de Scarlet O´Hara“.
La obstinación y la rebeldía que también compartió con el personaje le ayudaron a conseguir ese papel, que descubrió a los 23 años cuando, guardando reposo tras un accidente de esquí, devoró el novelón de mil páginas de Margaret Mitchell que había revolucionado Estados Unidos aquel verano de 1936.
Cuando supo que, al otro lado del Atlántico, David O. Selznick buscaba poner rostro a la rica y caprichosa Escarlata, se buscó un agente en Estados Unidos y no paró hasta conseguir una cita con el gran productor, que ya había empezado el rodaje de su épico delirio. Tan claro tenía la actriz que ella sería Escarlata, papel que le valió su primer Óscar, que al inicio de su aventura americana rechazó ponerse a las órdenes de Cecil B. de Mille en “Union Pacific” y un contrato con Paramount para cuatro películas, sólo para estar disponible.
El mismo empeño puso la joven y casada Leigh en perseguir a Laurence Olivier, convencida de que sería el gran amor de su vida. También él estaba casado cuando la entonces prometedora actriz de teatro se presentó por sorpresa, simulando un encuentro casual, en el mismo hotel de Capri donde él pasaba unos días de vacaciones con su esposa. Comenzó así una larga y no siempre fácil historia de amor, que se ensombrecería con el tiempo con infidelidades mutuas y que acabó por desmoronarse semanas después de que el sir de la escena británica le regalara un Rolls Royce azul por su 45 cumpleaños.
Carácter demostró también Leigh cuando en 1957 encabezó una protesta para salvar del derribo el Saint James Theater, por un proyecto para construir apartamentos, y hasta entró a gritos en la Cámara de los Lores, lo que llevó al mismísimo Winston Churchill a escribirle una carta admirando su coraje y desaprobando sus formas.
Pero no fue sólo el personaje de Scarlet el que guardó semejanzas con su vida. La desgarradora Blanche Dubois, sus polémicas tendencias sexuales y su desequilibrio mental en “Un tranvía llamado deseo” de Elia Kazan fueron un oscuro presagio de sus días. El gigoló y alcahuete Scotty Bowers cuenta en “Servicio completo. La secreta vida sexual de las estrellas de Hollywood” que tanto Leigh como Olivier eran bisexuales y que ambos usaron sus servicios con frecuencia.
“Era caliente. Una mujer caliente. Muy sexual y muy excitable. Puesta en faena exigía una satisfacción plena y completa. Aquella noche follamos como si de ello dependiera la supervivencia del planeta“, escribe Bowers sobre la actriz.
Aquel papel en “Un tranvía llamado deseo“, junto a Marlon Brando, le deparó su segundo Óscar, pero también agudizó sus crisis nerviosas hasta tal punto que, en su siguiente rodaje, “La senda de los elefantes“, acabó siendo sustituida por Elizabeth Taylor, tras varios ataques de histeria y olvidos del guión.
La filmografía completa de Vivien Leigh suma apenas una veintena de títulos, como “The Deep Blue Sea” (1955) y una “Ana Karenina” (1948) que tuvo peores críticas que la de Greta Garbo.
Tuberculosis, depresión y una infancia solitaria: la tormentosa historia de Vivien Leigh, la protagonista de “Lo que el viento se llevó“
Fue considerada como “la actriz más bella de Hollywood“, esquivaba el mote de “estrella” y además del filme basado en el libro de Margaret Mitchell, protagonizó “Un tranvía llamado Deseo“
Determinadas, obstinadas y fuertes, sobre todo fuertes. Así eran Vivien Leigh y Scarlett O’Hara, su mítico personaje en Lo que el viento se llevó que la hizo merecedora de un Oscar y la convirtió en una estrella, aunque a ella no le gustaba que así la llamaran, ya que decía que era una actriz y decía que “las estrellas tienen una existencia falsa“.
Los premios, el éxito, la fama y el mote de “la mujer más bella de Hollywood“, escondían una vida triste y tormentosa, con una infancia solitaria, romances superfluos, una depresión que la alejó de los sets de filmación y una Tuberculosis que acabó prematuramente con su vida.
Vivien y Scarlett se tuvieron que hacer resistentes a la fuerza para superar los embates de la vida. Aunque su nombre es leyenda, Leigh filmó solamente 19 películas, entre ellas Lo que el viento se llevó (1939, basada en el libro de Margaret Mitchell) y Un tranvía llamado deseo (1951), ambas por las cuales ganó el Oscar a Mejor Actriz.
Vivien el Londres después del Teatro, invitaba comúnmente a gente importante a su casa Tickerage Mill, ponía música de fono de Gone With The Wind, y podía estar altas horas despierta , durmiendo solo 3 o 4 horas, por lo que se maquillaba varias veces durante la noche y se cambiaba el vestido por una copia.
Su infancia no tuvo nada que ver con la de su álter ego en la ficción. Hasta que comenzó la guerra de secesión Scartlet había tenido todo servido en bandeja. Hija de una familia aristocrática, era la niña mimada de su papá y nadie podía decirle que no a sus peticiones.
Por el contrario, Vivien Mary Hartley como era su verdadero nombre, tuvo una infancia muy solitaria. Nació en el Himalaya, aunque sus raíces eran irlandesas y a sus seis años sus padres decidieron internarla en un convento en Inglaterra. Con ellos viviendo en India, fueron a visitarla recién cuatro años después, veían a la pequeña solo una vez al año, con suerte. Recién la fueron a buscar a sus trece años y la familia hizo un extenso recorrido por Europa.
Lo que el viento se llevó – Así se conocieron Scarlett y Rhett
Scarlett estuvo obsesionada con Ashley Wilks, un hombre acomodado y comprometido, que finalmente se casa, demostrándole a la protagonista que no siempre podía tener lo que quisiera. Aunque su amor verdadero fue Rhett Butler (Clark Gable), sus caracteres tan parecidos hicieron que muchas veces se desencontraran e hicieran peligrar su relación. Incluso la protagonista, para conseguir dinero para proteger a su familia y mantener Tara (la tierra que le dejó su padre) se llegó a casar con el comprometido de su hermana.
Vivien tuvo varios romances, pero dos grandes amores: Herbert Leigh Holman y Laurence Olivier. Con el primero se casó y tuvo una hija, Suzanne. Apenas lo vio ella se enamoró, pero él estaba comprometido. En ese momento ella les aseguró a sus amigas que ese hombre sería suyo. A diferencia de Scarlett con Ashley, Vivien lo logró.
Se divorciaron en 1940, luego de haber sido amante durante varios años de Olivier. Ese mismo año se casó con su nuevo pretendiente y llamativamente la tenencia de la hija que había tenido con su primer esposo, quedó para él.
Ocho años más tarde vivió un fugaz romance con Peter Finch, también actor. Aún así su marido le pidió si podían seguir juntos, ya que ella lo quería, pero como amigo. Después de años de estar con una mujer que no lo amaba, Olivier le pidió el divorcio, recién en 1960. Para ese entonces ella ya había superado varias crisis depresivas y estaba viviendo un nuevo romance, con el actor John Merivale.
En 1935 la actriz contrajo Tuberculosis y estuvo al borde de la muerte. Diez años después, cuando parecía un tema superado, Vivien tuvo una fuerte recaída. Eso, sumado a la pérdida de dos embarazos la sumergió en una profunda depresión que la hizo alejarse de la actuación en varias oportunidades.
Porque para entonces había interpretado su otro gran éxito en el cine, que asimismo le aportaría un segundo Oscar a la mejor actriz. Un tranvía llamado deseo (1951) de Elia Kazan adaptaba la obra original de Tennessee Williams, que en el teatro había interpretado Jessica Tandy junto a un entonces desconocido Marlon Brando. El actor fue repescado para la versión cinematográfica, y Kazan también habría querido repetir con Tandy, pero los productores impusieron una estrella con más nombre de cara a la taquilla. El director comprendió al poco de empezar el rodaje que sus prejuicios contra Leigh eran infundados: “Se habría arrastrado sobre cristales rotos si eso hubiera ayudado a su interpretación”, admitiría mucho después. “Empezó a gustarme mucho. Y todo el mundo estaba conmovido por su deseo de hacerlo bien. La voluntad de hacerlo bien es muy contagiosa y evoca fuertes sentimientos de lealtad”.
Leigh atesoraba mucha voluntad, eso por descontado, pero también un enorme talento, porque no es que lo hiciera bien, es que lo bordó en hilo de seda. Su personaje, Blanche DuBois, era otra variación de la Southern belle, una especie de Escarlata O’Hara a la que las cosas le hubieran ido mal hasta acabar desequilibrada, alcohólica y para colmo violada por su indeseable cuñado. En fin, un cuadro. En fin, un éxito.
Un éxito tras el que Leigh solo interpretaría cuatro papeles más. En 1954 fue expulsada del rodaje en Sri Lanka de La senda de los elefantes, una película que iba a suponer su reencuentro ante las cámaras con Laurence Olivier, al que irónicamente había reemplazado Peter Finch. El episodio de enajenación que sufrió en pleno set fue de tal magnitud que la producción prefirió quitársela de en medio y sustituirla también, en este caso por Elizabeth Taylor, que había estado a punto de compartir pantalla con ella -¡interpretando a su hija!- en Lo que el viento se llevó.
En 1961 se hizo cargo de un nuevo personaje de dama decadente salida de la pluma de Tennessee Williams con La primavera romana de la señora Stone, donde se enamoraba de un gigoló italiano a cargo de Warren Beatty. Allí volvía a estar perfecta. Demasiado perfecta incluso: había algo en sus ojos vidriosos, en la cualidad opaca de su cutis y sobre todo en el velo ronco y quebradizo de su voz que casaba de fábula con el personaje, pero que no sugería los mejores augurios para la persona que había detrás.
Cuatro años más tarde protagonizaba El barco de los locos, un rodaje del que todo el mundo guarda un pésimo recuerdo, y que sufrió numerosos altibajos provocados por el impredecible comportamiento de la actriz. En una escena en la que debía zafarse de Lee Marvin, agredió a su compañero con tal ímpetu que le hirió en la cara. Pese a la alarma general que esto suscitó en un ambiente ya caldeadito, Marvin atemperó los ánimos y la filmación pudo continuar, si bien de aquella manera. Tuvo que abandonar el rodaje de Elephants Walk en 1954 ya que había empezado a mezclar los diálogos. En el avión de regreso a su casa en California la acompañaba Olivier, que a pesar de los desaires de ella se mantuvo incondicional. Allí la actriz tuvo un ataque de nervios, se quitó la ropa y hasta amenazó con tirarse al vacío.
Su marido decidió internarla en un hospital psiquiátrico de Londres, del que salió recién varios meses después. Para 1963 su vida parecía encaminarse nuevamente y se había hecho acreedora de un premio Tony por su papel en el musical de Broadway Tovarish. Sin embargo, una nueva crisis depresiva la llevó a renunciar a la pieza. Un episodio similar vivió en 1966, cuando volvió al ruedo y protagonizó Ivanov.
No habría más papeles para Vivien Leigh. El 8 de julio de 1967, su último -e intermitente- compañero sentimental, Jack Merivale, la encontró muerta en su dormitorio del 54 de Eaton Square, en el barrio londinense de Belgravia. Tenía los pulmones llenos de agua como consecuencia de la tuberculosis que arrastraba desde hacía más de veinte años. Por poco superaba los cincuenta años de edad, pero aparentaba muchos más. Para Vivien, el final llegó mucho antes.
Consiguió cierta estabilidad emocional junto al actor Jack Merivale, que fue su pareja durante sus últimos años, pero estaba claro que sus problemas no dependían de tener un compañero amoroso a su lado que la cuidase y protegiese. Sus crisis siguieron siendo públicas y afectando todos los ámbitos de su vida. Trabajaba poco y con dificultades, luchando por sobreponerse.
Que una de las actrices más brillantes de su época se viese mermada por algo tan cruel como una enfermedad mental conmovía y emocionaba al público, que siempre la tuvo presente. Pero no fue la manía depresiva la responsable de su fallecimiento, sino aquella tuberculosis crónica que la atacaba cada cierto tiempo. Vivien solo tenía 53 años, pero ya había envejecido de forma prematura por los achaques de salud. Estaba restableciéndose de una crisis de la enfermedad guardando cama en su casa de Londres cuando se levantó para ir al baño. Al hacerlo, sus pulmones se llenaron de sangre y cayó al suelo, ahogada.
Laurence Olivier y Vivien Leigh nunca habían dejado de tener contacto del todo, y por eso su exmarido fue una de las primeras personas a las que Merivale avisó aquella noche de 1967. “Imaginando cuál sería mi estado de ánimo, Jack Merivale abrió la puerta del dormitorio, volvió a cerrarla despacio, y me dejó solo con la que había compartido conmigo una vida. El símil más adecuado que se me ocurre es comparar a Vivien con algo que te sube por los aires hasta el cielo, para dejarte luego caer de repente, como si no fueras a pararte nunca. Me quedé allí de pie, y recé por todo el mal que había ido creciendo entre nosotros. Siempre me ha sido imposible no creer que era yo, en cierto modo, la causa de los trastornos de Vivien, que se debían a alguna falta que había en mí, por más que cada uno de los muchos psiquiatras con los que nuestra situación me obligó a ponerme en contacto, me asegurara lo contrario. Suficiente para hacer que uno se vuelva loco, ¿no?”.
Nuevamente la atormentó el fantasma de la Tuberculosis, cada vez que tosía le dolía el pecho, estaba débil y había perdido varios kilos. No hubo medicamento ni tratamiento que pudiera acabar con sus problemas de salud y con su depresión. El 7 de julio, con solo 53 años, Vivien dejó de respirar mientras dormía.
Murió en la soledad de su habitación. Ni los dos premios Oscar, ni la fama, ni ser “la actriz más bella de Hollywood” le sirvieron para hacerle frente a las dos enfermedades que la atormentaron durante tres décadas, más de la mitad de su vida. Su nombre ya es leyenda, al igual que los ojos azules de Scarlett.
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