– Una fábula sobre el arribismo inmoral-
Por Antonio Morales
“El callejón de las almas perdidas” (Nightmare Alley, 1947) disponible en FILMIN, es un inquietante viaje hacia la perdición. Un melodrama en clave de cine negro que denigra el arribismo por su bajeza moral. El film del poco valorado Edmund Goulding, rebosa talento y eficacia narrativa, es cine de calidad, y no debería defraudar ni al cinéfilo clásico, ni al joven que quiere conocer películas clásicas. Guillermo del Toro hizo una versión reciente, pero pese a su elenco de estrellas y presupuesto, resulta excesiva y redundante en mi opinión, y no tiene la magia y el acierto de la original.
Stanton Carlisle (Tyrone Power) es un aventurero que llega a una feria deseoso de abrirse camino y progresar. Tras sentirse impactado con el “monstruo” que allí exhiben, conocerá a Zeena (Joan Blondell), la pitonisa, y también a Molly (Colleen Gray), una joven que enseguida se siente atraída por él. El film posee innumerables virtudes que la convierten en un singular ejemplo: su guión, nada maniqueo, pues los personajes tienen carisma, de magnífica construcción; en segundo lugar la planificación de las escenas y el ritmo con el que se encadenan logran que el espectador se sumerja en un torbellino de pasiones; en tercer lugar su ambientación, mágica, oscura, onírica por momentos, como las maravillosas escenas iniciales en la feria, la escena de la aparición fantasmal entre los árboles, magnífica en su tono ensoñador.
La novela de William Lindsay Gresham “Nightmare Alley” (Callejón de pesadilla), es el retrato en negro de unos personajes que intentan sobrevivir a una suerte esquiva, recrea un universo de miseria moral y social representada en esa caravana nómada de feriantes con sus destartalados carromatos que da asilo a indigentes y prófugos, sin preguntar su procedencia, pues está lo más típico de aquellas ferias ambulantes pobladas de freaks, pitonisas, charlatanes y hasta “El engendro” que se debate entre lo humano y lo animal, entre el alcoholismo y el “delirium tremens”. Pero para que el espectáculo deprimente y sórdido funcione se necesita al público ávido de emociones fuertes, que se deje sorprender entre la curiosidad y el morbo por lo insólito y lo grotesco, el engaño y la estafa más burda, que lamentablemente no entiende de clases sociales incluyendo a los ricos, porque siempre habrá desvalidas almas dispuestas a creer la mentira más absurda que libere sus traumas.
Tyrone Power demuestra que podía ser un gran actor. Aquí esta soberbio, dando credibilidad al personaje arribista e inmoral que le toca encarnar con un poderío absoluto. Embaucador sin escrúpulos, mujeriego y ladrón de ideas, amoral estafador traicionado, asesino sin vocación, charlatán de feria, pero un gran manipulador de la psicología humana, lleno de intuición y brillante observador de las debilidades más prosaicas que utiliza con astucia. El gran Stanton es un presuntuoso que se sirve de sus innatas habilidades para empatizar con el mismo diablo encarnado en esa embaucadora psiquiatra y mujer fatal. Un film de febril violencia para la época y gran densidad dramática que pese a contar una historia pretérita no deja de ser un espejo de la atemporal realidad en las relaciones humanas. La ambición más blasfema en una obra peculiar e insólita para estos tiempos escasos en valores.
Artículo escrito y cedido por Antonio Morales
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