LANCASTER, LOS GLORIOSOS SESENTA

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LANCASTER, LOS GLORIOSOS SESENTA

Por Pepe Gutiérrez Alvarez

Para el que escribe, el cine pasó a ser una alternativa a una pasión por el fútbol cada vez más despreciado por su papel en el embrutecimiento de un pueblo que el régimen quería ignorante.

En esta marcada evolución, el lugar del cine con conciencia fue creciente, comenzando por el “liberal” norteamericano representado por cineastas como el recientemente fallecido Arthur Penn (La jauría humana), pero muy singularmente por las producciones del equipo liderado por Burt Lancaster quien, en la década anterior, se había erigido en uno de los más emblemáticos representantes del western (Veracruz) y del cine de aventuras (El halcón y la flecha).

En este cuadro se inscribe su encarnación del ambivalente pastor protestante místico y sensual de Elmer Gantry (1960), una obra maestra de Sinclair Lewis dirigida por Richard Brooks, y en la que Burt estuvo implicado desde todos los niveles y que le reportó uno de los Oscar más merecidos que se recuerda, pero como no podía ser de otra manera, aquí se estrenó tarde.

No era lo que se dice una película comercial sino un verdadero trabajo de orfebrería cinematográfica. Estamos ante una insuperable adaptación de uno de los títulos mayores y más escabrosos del Nobel, Sinclair Lewis, el autor de Babitt, uno de los mejores retratos de la naturaleza retrógrada de la burguesía norteamericana, capaz de manejar las empresas más complejas mientras sigue con una mentalidad religiosa integrista.

Esta fase tan impactante contribuyó a realzar a mis ojos la importancia de El gatopardo (1963), creo que la primera película que no pude esperar que llegara a los cines de barrio por los que me movía y me planté por primera vez en una sala de estreno, nada menos que en el cine Coliseum de Barcelona cuyas carteleras resultaban especialmente espectaculares.

Esta magistral adaptación marcó un salto en mi incipiente evolución política, por primera vez me quedaban claras toda una serie de ideas que había comenzado a conocer, el marxismo en especial. Aparte de su derroche de inteligencia, de las grandes escenas, los decorados, las pinceladas sobre el grupo humano, me subyugó la imponente presencia señorial de Burt Lancaster en un papel para el que no concibo a nadie más, ni tan siquiera al aristocrático Laurence Olivier, además, la película llegaba en un momento en el que su descubrimiento me llevaría a la exaltación.

En aquellos momentos ya había crecido lo suficiente para comprender que el motor de la historia era la lucha de clases, que la burguesía iniciaba por entonces su decadencia, y que lo único que buscaba era mantener sus privilegios, aunque fuese estableciendo un “compromiso histórico” con la burguesía más ruin. Situado en otra generación de oposición a la republicana, y para la que el cine se estableció como un referente privilegiado.

Artículo escrito y cedido por Pepe Gutiérrez Alvarez.

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