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BEN-HUR

Por Pepe Gutierrez Álvarez

Enlace para ver película en español ?? https://youtu.be/sN4osWNDaiE?si=dq2DkMpzmWpwA4CM

BEN HUR (William Wyler, 1959) marcó, junto con Los diez mandamientos, el punto comercial más alto del «peplum» de Hollywood, que desde entonces cambió de orientación y entró en declive para refugiarse en la TV.

La historia es bastante conocida: Judas Ben-Hur (Charlton Heston) es un judío de alta alcurnia, parte de una de las pocas familias hebreas que se codean con las autoridades romanas, y que ha conocido hasta los frutos felices de dicha colaboración, de hecho la película comienza diferenciando entre un ayer feliz, y un ahora que se presenta incierto desde el momento en que el prepotente Messala (Stephen Boyd), el antiguo amigo de la familia, que trae como regalo para Judá un caballo blanco que será todo un símbolo, del que la hermana de Judá (Cathy O´Donnell), está visiblemente enamorada. Cuando Messala pide a Judá que renueve su colaboración, ahora frente a los que hacen agitación contra Roma, Judas se muestra reticente, no son ni agitadores ni terroristas sino patriotas, una controversia plenamente contemporánea, y en Palestina sin necesidad de ir más lejos. Sin embargo, Messala no acepta las medias tintas, y le da a su amigo un tiempo para que se defina, pero cuando al pasar la comitiva del gobernador por debajo de la casa de la familia, y accidentalmente se desprenden unas viejas tejas provocando un pequeño alboroto, Messala no duda en aprovechar la ocasión para hacer un escarmiento, y condena a Judá a ser enviado por vida a galeras.

Una de las virtudes de Ben Hur fue ofrecer algunos detalles de otra de las formas de esclavitud más duras que se ha conocido en la historia, la de las galeras, un navío de guerra provista de remos y de mástiles para velas latinas. Su precedente más notorio es la “navis longa” romana que empleaban ya varias filas de remos como los que aparecen en la película. El galeote y los esclavos formaban la “chusma”, que eran los remeros forzados que carecían del más mínimo derecho. Los galeotes remaban al compás que les marcaba el comitre (que muere como el cancerbero de Espartaco), y permanecían sujetos por las cadenas y los látigos. Este incalificable sistema perduró hasta el siglo XVIII, y fue porque desapareció la flota de galeras.

El azar permite que, a consecuencia de una batalla naval librada por los romanos (que fue rodada por Richard Thorpe) con muchas maquetas), Judá se pueda librar de los grilletes, salvar a varios de sus compañeros, e incluso salvar la vida del patricio romano, Quinto Arrio (Jack Hawkins), el mismo que le adoptará como hijo, y que le permitirá convertirse en su protegido en Roma. En su camino de regreso a Jerusalén, Judá convertido en un poderoso romano, conoce nada menos que a un anciano rey Baltasar (el venerable Finlay Currie, el Pedro de Quo Vadis), así como a un árabe, tratante de caballos (Hugh Griffith, inolvidable en Tom Jones, y Oscar como medida para contentar a los países árabes) y se plante delante de Messala para exigirle conocimiento del paradero de su familia destruida, de su gente, entre la que se encuentra un viejo servidor, Simónides (el entrañable Sam Jaffe), y su bella hija (Haya Harareet, una desconocida que la MGM descubrió, según unos en el ejército israelí, según otros en el teatro) un lance con la que mantendrá un casto romance. Messala se había olvidado de las dos mujeres que sobreviven en las más oscuras mazmorras, y que para colmo han contraído la lepra, un verdadero estigma de la Antigüedad. Cuando se entera de la tragedia, Judá se aviene a tomar parte en la salvaje carrera de cuadrigas en el circo de Antioquia, montando unos caballos blancos, en oposición a los negros de Messala que, por lo demás, no duda en emplear las más viles tretas, verdadero plato fuerte de todo Ben-Hur que se precia, y que a finales del siglo XIX ya se había montado por todo lo alto en los teatros, consiguiendo un espectáculo que el cine todavía tardaría en superar.

Tras derrotar a su antiguo amigo, y dejarlo literalmente desollado vivo, solo es entonces cuando Ben-Hur le perdona diciéndole que no ve ningún enemigo. Messala aparece así como otra víctima de la propia prepotencia romana, y así se lo expresa Judá a Poncio Pilato (el notable Frank Thring). Judá no tarda mucho en encontrar a su familia (los leprosos viven en el mismo infecto espacio), y aprovecha la ocasión de los milagros producidos por Jesús, y así las recupera casi en el mismo estado en que las había dejado.

Situada desde muy pronto como una de las películas con mayor éxito comercial en la historia del cine, con su inverosímil récord de 11 Oscar (lo que seguramente la convierte también en uno de los ejemplos más contundente para los detractores de dicho premio), fue reestrenada en más de una ocasión. Rodada en los estudios italiano de Cinecittá con un presupuesto de 15 millones, fue la película más cara de la historia hasta que Cleopatra la dejó prácticamente en mantillas, pero el caso era que fue el mayor presupuesto invertido por la MGM desde que en 1925 produjo la versión de Fred Niblo, y en su momento fue considerada como una apuesta muy arriesgada, motivo que justificó la presencia de un profesional tan seguro como William Wyler (quien, por cierto, ofreció el papel protagonista a Burt Lancaster que le preguntó cómo alguien como él se dignaba a hacer una mierda así, a lo que Wyler le respondió que por dinero) que ya había trabajado brevemente con Niblo.

No deja de ser curioso que en su momento subyugara la espectacularidad de algunas de sus escenas claves, como las de la batalla naval, cuando sus maquetas y planos trucados resultan más que evidentes.
Una explicación quizás sea que el impacto causado por la otra escena clave, la de la carrera de cuadrigas (uno de los momentos más trepidante, intensos y espectaculares de la historia del cine), realizadas por dos grandes especialistas en la segunda unidad como Andrew Marton (responsable de la estampida de Las minas del rey Salomón) y Yakima Camutt (más el realizador y novelista italiano Mario Soldati), consigue hacernos olvidar sus limitaciones.

Wyler (cuyos buenos tiempos quedaban muy atrás, ligado sobre todo a su tríptico con Bette Davis, aunque todavía nos deslumbró con El coleccionista) sirvió al proyecto con la corrección que se esperaba de él, y siguió al pie de la letra un guión sumamente fiel a la novela, y que si bien su firma acreditada fue la de Karl Tunberg, también colaboraron Christopher Fry y Gore Vidal (y Maxwell Anderson).

Ben-Hur era susceptible de una lectura más liberal de izquierdas a la manera de Wyler. Se puede establecer un paralelismo entre el “fascismo” de Roma y el imperialismo, y entender la lucha de Judá –una lucha empero por motivos siempre estrictamente personales, con el referente familiar como fondo, nunca el del pueblo- como una manifestación de la lucha antiimperialista, unos detalles que podían ser mejor captados en el momento en que se estrenó.

Ha tenido que ser un buen documental, El celuloide oculto, escrito por Vito Russo, fallecido (1991) a consecuencia del SIDA, y activo historiador del cine, fue vertido a la pantalla por Robert Epstein y Jeffrey Friedman, dos militantes “gais”, para que, entre otros ejemplos de escenas y fragmentos “gais” de la historia del cinema sacara a colación la ya célebre escena del alborozado reencuentro entre Messala y Ben Hur, con su disputa en la puntería con las lanzas, para que saliera a la luz el sentido auténtico de su anterior relación, sentido certificado por alguien con la categoría moral del escritor de filiación marxista-gai Gore Vidal, colaborador en la parte del guion que corresponde a este momento, y que contó con la complicidad de Wyler y del propio Stephen Boyd, y la natural ignorancia del muy “macho” Charlton Heston. Vista desde el documental la misma escena resulta de una manifiesta evidencia, y le añade el natural encanto de lo “prohibido”, algo que parecía imposible en un “colosal” tan “correcto” como este.

El papel de Messala (para el que se quiso contratar a Francisco Rabal), dio fama internacional al angloamericano de origen irlandés William Millar, conocido como el británico Stephen Boyd (1928-1977), actor teatral de efímero prestigio que acabó trabajando en filmes de categoría menor, algunos de ellos en España (de la mano de Nieves Conde en tres ocasiones, la primera en Marta, con Marisa Mell).

La protagonista consiguió cierto prestigio como escritora y guionista.

Artículo escrito y cedido por Pepe Gutierrez Álvarez 

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