LA QUIMERA DEL ORO
–El genio de la pantomima–
Por Antonio Morales
En algún momento de su vida, Chaplin manifestó que le gustaría ser recordado por esta película. El film lanza un mensaje optimista sobre la vida, dejando un poso de acidez crítico sobre uno de los pecados que más odiaba Chaplin: la codicia. No en vano la trama nos traslada a principios del siglo XX, cuando miles de personas partieron hacia lugares inhóspitos en busca de la riqueza del oro.
Pero no sólo es una fábula moral, Chaplin nos ofrece una inventiva visual y cómica que luce en su esplendor, pues para mí esta película ocupa un lugar preferente en mi corazón, hay una magia especial en ese hombrecillo que a ratos me hace reír, como hay momentos que siento un nudo en la garganta con ciertas escenas, como la Nochevieja que espera a Georgia para cenar, mientras que ella sólo pretende mofarse con sus estúpidos amigos del ingenuo soñador enamorado que prepara una humilde y cuidada cena. Chaplin integra lo cómico con lo dramático y viceversa, añadiendo a la vez una amarga ironía.
Amargura que no excluye un sentido de lo trágico abocado al más puro de los ridículos. Para Chaplin, «enfrentados a nuestra propia indefensión o a las fuerzas de la naturaleza, no nos queda más remedio que reírnos o volvernos locos». Desde esta perspectiva cabe abordar y degustar esta película. La célebre secuencia en que Charlot, hambriento y muerto de frío, se come sus botas con todo el exquisito refinamiento de un “gourmet”, extrayendo los clavos como si fueran los huesos de alguna ave, engulléndose cordones a modo de spaghettis, o troceando la suela como si fuese la mejor de las viandas, deja constancia de las intenciones del cineasta.
“La quimera del oro” es una obra maestra del cine por su elaborada dramaturgia del gag como excusa para la expresión visual. Esto es, fundamentalmente, el medio por el cual Chaplin llega a emocionar en sus películas. La película encierra secuencias como el baile de los panecillos, donde el virtuosismo de Chaplin en el terreno de la pantomima lo pone lejos del alcance de sus imitadores. Pero los aciertos de “La quimera del oro” no terminan ahí; en ninguna película hemos visto tan clara la soledad de Charlot en el mundo como en esos planos generales del vagabundo en la inmensidad de las montañas nevadas, ni la desesperación de su lucha por la supervivencia.
Artículo escrito y cedido por Antonio Morales
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