«La historia definitiva de una actriz que desafió al sistema y creó un legado irrepetible»
Introducción: Una leyenda más allá de la pantalla
Olivia de Havilland (1916–2020) fue una de las últimas grandes damas del Hollywood clásico, conocida no solo por su elegancia interpretativa y su presencia en pantalla, sino también por su papel decisivo en la transformación de la industria cinematográfica. Su carrera, que abarcó más de cinco décadas, dejó títulos inolvidables y papeles que se encuentran entre los más influyentes de la era dorada del cine.
Su figura trascendió la industria por su inteligencia, su determinación y su constante búsqueda de independencia creativa. En un sistema dominado por los grandes estudios, De Havilland se convirtió en un símbolo de libertad artística cuando decidió enfrentarse legalmente a Warner Bros. Su victoria sentó un precedente que cambió para siempre la relación entre actores y estudios.
Este artículo ofrece un recorrido exhaustivo por su vida, desde sus inicios hasta su retirada, analizando sus películas más icónicas, sus colaboraciones, premios y legado cultural.

1. Infancia y Formación: De Tokio a Hollywood
Olivia de Havilland nació en Tokio en 1916, hija de padres británicos. Su infancia estuvo marcada por frecuentes cambios de lugar y por la separación de sus progenitores, lo que la llevó junto a su madre y su hermana, la también actriz Joan Fontaine, a mudarse a California. Desde pequeña mostró una gran inclinación por la literatura, el teatro y el arte, influenciada por su madre, actriz retirada y gran amante de la interpretación.
Durante su formación escolar, Olivia destacó en actividades creativas: escribía poesía, actuaba en obras escolares y participaba en recitales. Sus profesores siempre mencionaron su madurez emocional y su inteligencia, cualidades que más tarde le serían claves en Hollywood. Aunque inicialmente su madre se oponía a que actuara profesionalmente, Olivia insistió en seguir esa vocación, lo que la llevó eventualmente al teatro comunitario.
El salto al cine comenzó casi por accidente, cuando el director alemán Max Reinhardt la vio interpretar a Hermia en El sueño de una noche de verano. Impresionado por su presencia escénica, la incorporó a la versión teatral y posteriormente a la adaptación cinematográfica. Aquello marcó el inicio de una carrera que la convertiría en una estrella internacional.
2. Primeros papeles y ascenso al estrellato
Olivia debutó oficialmente en el cine con El sueño de una noche de verano (1935), donde demostró una sorprendente madurez interpretativa para su edad. Su belleza clásica, dicción impecable y capacidad dramática llamaron rápidamente la atención de los estudios Warner Bros., quienes vieron en ella el potencial para convertirse en una actriz destacada del momento.
Durante la segunda mitad de los años treinta, Olivia se consolidó al participar en películas de aventuras protagonizadas por Errol Flynn. Entre estas destacan El capitán Blood (1935), La carga de la brigada ligera (1936) y Robin de los bosques (1938). La química entre ambos era palpable, y se convirtieron en una de las parejas cinematográficas más queridas de la época, aunque su relación fuera estrictamente profesional.
Gracias a la enorme popularidad Olivia se aseguró un lugar privilegiado en la industria. Su gracia natural y su inteligencia emocional la diferenciaban de otras actrices del momento. A pesar de sus papeles esencialmente románticos, ya mostraba su deseo por interpretar personajes más complejos y profundos.
3. “Lo que el viento se llevó”: Un papel inmortal
En 1939, Olivia consiguió el papel que cambiaría su vida: Melanie Hamilton en Lo que el viento se llevó. Aunque no era la protagonista, su personaje se convirtió en un símbolo de bondad, resiliencia y dignidad. Su interpretación fue ampliamente elogiada, obteniendo su primera nominación al Óscar como Mejor Actriz de Reparto.
Olivia preparó su papel con gran dedicación, profundizando en los matices psicológicos de Melanie. La actriz se esforzó por comprender la naturaleza del personaje, buscando transmitir una fuerza emocional interna que contrastaba con la pasión tumultuosa de Scarlett O’Hara. Este equilibrio entre fragilidad y firmeza hizo de su actuación una de las más memorables del cine.
El impacto del film fue enorme, contribuyendo a consolidar la figura de Olivia en la memoria del público. Su interpretación sigue siendo hoy una de las más destacadas del cine clásico, y su trabajo en la película la consagró como una intérprete de nivel excepcional, capaz de aportar profundidad y humanidad incluso en papeles secundarios.
4. La lucha legal contra Warner Bros.: El antes y después de Hollywood
Uno de los capítulos más importantes de la vida de Olivia de Havilland no ocurrió frente a la cámara, sino en los tribunales. Cansada de que Warner Bros. la encasillara en papeles románticos y estereotipados, Olivia decidió rechazar varios guiones que consideraba inferiores o repetitivos. Como represalia, el estudio extendió su contrato, basándose en una cláusula que permitía añadir el tiempo que una actriz se negara a trabajar.
Lejos de aceptar esta imposición, Olivia decidió enfrentarse al estudio. En 1943 presentó una demanda histórica que acabaría redefiniendo los derechos laborales de los actores. El resultado fue un triunfo rotundo: el famoso “fallo De Havilland”, que establecía que ningún contrato de un actor podía prolongarse más de siete años.
Este acontecimiento la convirtió en una figura admirada dentro de la industria. Muchos actores vieron su victoria como un acto de valentía frente al sistema opresivo de los grandes estudios. La decisión abrió las puertas a una mayor libertad creativa, permitiendo que intérpretes futuros eligieran roles más diversos y significativos.
5. La etapa dorada de su carrera: Premios Óscar y papeles memorables
Tras liberarse de Warner Bros., Olivia pudo finalmente escoger proyectos más ambiciosos y profundos. En 1946 protagonizó La vida íntima de Julia Norris, película con la que ganó su primer Óscar a Mejor Actriz. Su papel presentaba una evolución emocional compleja, que Olivia interpretó con precisión y sensibilidad excepcionales.
En 1949 volvió a brillar con La heredera, dirigida por William Wyler. Su interpretación de Catherine Sloper, una mujer tímida y emocionalmente maltratada que recupera su dignidad, fue considerada una obra maestra por la crítica. Este papel le valió su segundo Óscar y quedó en la historia como una de las mejores actuaciones femeninas del cine clásico.
Durante los años cincuenta, Olivia continuó eligiendo roles desafiantes en películas como Nido de víboras (estrenada en España como Luz en el alma, 1952) y Mi prima Rachel (1952). Aunque la industria estaba en plena transición, ya hacia el auge de la televisión, la actriz siguió manteniendo un nivel interpretativo sobresaliente.
6. Relación con su hermana Joan Fontaine: Rivalidad y distancia
La relación entre Olivia de Havilland y su hermana Joan Fontaine es una de las historias más comentadas del Hollywood clásico. Desde la infancia existió entre ellas una fuerte rivalidad, alimentada por comparaciones constantes y por diferencias de personalidad. Joan siempre sintió que vivía a la sombra de Olivia, mientras Olivia consideraba que su hermana era manipuladora y buscaba competencia en exceso.
La tensión se intensificó cuando ambas fueron nominadas al Óscar en 1942: Joan por Rebeca y Olivia por Si no amaneciera. Joan ganó la estatuilla, pero la relación familiar se deterioró aún más. Aunque en ocasiones intentaron reconciliarse, la distancia emocional nunca se cerró por completo.
A pesar de esta rivalidad, ambas dejaron una huella imborrable en la historia del cine. Su relación, complicada pero profundamente humana, ha sido objeto de análisis en libros, documentales y estudios sobre Hollywood, mostrando cómo incluso las estrellas más brillantes viven conflictos muy personales lejos de la luz pública.

7. Últimos trabajos, retiro y años en París
En los años sesenta, Olivia redujo su actividad cinematográfica, aunque continuó apareciendo en producciones selectas de cine y televisión. Su trabajo en Hush… Hush, Sweet Charlotte (estrenada en España como Canción de cuna para un cadáver, 1964) junto a Bette Davis fue particularmente alabado por su giro hacia el thriller psicológico.
Más adelante, se trasladó a vivir a París, ciudad en la que encontró tranquilidad y un estilo de vida acorde con su personalidad culta y reservada. Allí escribió libros, participó en conferencias, atendió homenajes y siguió siendo una figura respetada por la comunidad cinéfila internacional.
Olivia vivió hasta los 104 años, conservando siempre su lucidez, elegancia y espíritu combativo. Su longevidad la convirtió en un símbolo viviente del Hollywood clásico y en la última representante de una era irrepetible.
Conclusión: Un legado eterno en la historia del cine
Olivia de Havilland fue más que una actriz: fue una creadora de caminos, una mujer valiente que se negó a aceptar un destino impuesto y que luchó por su libertad profesional. Su trabajo en pantalla, desde Lo que el viento se llevó hasta La heredera, demuestra una profundidad emocional y una técnica interpretativa que siguen siendo referencia para actores contemporáneos.
Su victoria legal cambió Hollywood para siempre, y su carrera demuestra la importancia de la integridad artística. Olivia no solo interpretó grandes papeles: transformó el sistema que los hacía posibles. Hoy, su nombre sigue brillando con fuerza en la historia del cine clásico.
«El negocio de la televisión es la destrucción del alma, la destrucción del talento y la destrucción del ser humano»
Olivia de Havilland

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