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LA HECHICERA BLANCA
MEMORIA DE «LA HECHICERA BLANCA«. Entre los títulos colonialistas más antiguos se encuentra esta combinación de aventuras con una intrépida misionera protestante (la enérgica Susan Hayward) cuya misión se desarrolla circunstancialmente en el Congo, concretamente en el año 1907, antes de que esta región pasara a ser colonia belga.
Se trata de la producción de Twentyck Century Fox «La hechicera blanca» (White Witch Doctor), realizada por el eficiente Henry Hathaway en 1953 entre Niágara y El principe valiente, en pleno auge del cine «africanista«, y que otras circunstancias, como ocurre en otras películas de la época, seguramente el marco hubiera sido el del “western”, y la trama que tiene lugar en el territorio wakuba donde se enfrentaron un aventurero, Lonni Douglas, hecho a la medida de Robert Mitchum, y un grupo de aventureros liderados por un “malo” que puede figurar en cualquier antología: Walter Slezak, aunque ninguno de estos elementos tienen la menor relevancia histórica ya que África y los wakubas resultan perfectamente intercambiables con, pongamos por ejemplo, Oregón y los comanches.
Exceptuando obviamente al paisaje, que cuentas con un abundante material de primera mano, y con la capacidad suficiente para que la ambientación en el estudio no obligara a los actores a conocer las inclemencias que conocieron los de La reina de África.
Inmersa en su santa labor, ella se muestra dispuesta a ser coherente con el médico filántropo que la ha precedido, él es capaz de salvar la vida del jefe de una tribu hostil, herido por un león, que a su vez, y por ella (que no otra cosa) se las tendrá con un grupo de blancos, cuyas motivaciones son antagónicas a las de Miss Norton, ya que son buscadores de oro, y no les importa nada con tal de conseguirlo.
Al mismo tiempo, cuando cura a la mujer del jefe de una tribu pacífica, la “hechicera blanca” sufrirá la enemistad del hechicero que ve usurpada sus funciones, y que también intentará matarla. Pero mientras ella viene, crecida en otro ambiente y con una educación muy distinta, trata de establecerse en el Congo para disculpar su pasado. El por el contrario, ha nacido en Africa, pero quiere abandonar el continente y olvidar así el pobre legado de su padre muerto.
Una línea argumental melodramática que llevada de la mano firme y rica en detalles de Hathaway, imprimen a La hechicera blanca el márchamo de un hermoso film de aventuras africanas, sino de los míticos, sino de los que mejor han soportado el paso del tiempo. José Mª Latorre destaca “el memorable asalto nocturno del hechicero a la tienda donde duerme la doctora, ataviado con piel y garras de leopardo (el plano de sus garras rasgando la tela de la tienda es espléndido); el movimiento de grúa sobre la empalizada adornada con calaveras en el poblado wakuba…
Todo ello con la insistente presencia física de las mosquiteras sucias, de aguas pantanosas, de sudores, de amenazas («antes de ponerse las botas por la mañana conviene sacudirlas, las arañas anidan en ellas por la noche»); y con el apunte etnológico que no solía faltar jamás en las buenas películas de Hathaway: durante el viaje por el río los viajeros asisten a una escena de pesca indígena en la que los pescadores se sirven de unos curiosos embudos que Hathaway filma con la misma simpatía con que, posteriormente, filmará la secuencia del adolescente wakuba y el rito de la caza del león”
Reseña escrita y cedida por Pepe Gutiérrez Álvarez. https://www.facebook.com/profile.php?id=100011747797593
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